
VACACIONES
Desde la terraza del décimo piso que estoy
vacacionando puedo apreciar muy bien la mancha verde azul del mar que empieza a
quinientos metros del edificio y se extiende hasta más allá de lo que alcanza
la vista. Más cerca, una barcaza avanzaba a sendos golpes de sus ocho remos
cortando su calmada superficie para buscar la alegría del deporte aprovechando
el feliz el momento de las vacaciones. Unos y otros me ayudan a ver y soñar con
gestas o conquistas lo no he vivido más que en el papel.
De pronto, las cabezas se giran con
brusquedad buscando el motivo del rugido creciente. Y enseguida lo ven, lo
vemos: Una motora rompe el agua con su quilla avanzando a impulsos de su membrudo
motor que lo arrolla todo Pero la canoa tan sólo es la punta de lanza que
origina el asombro general. La causa la crea un alunado que vuela gracias a un
paracaídas arrastrado por la maroma que, cual cordón umbilical, lo mantiene
unido a la embarcación. Así, el hombre sube y baja al compás de la velocidad
impulsora haciendo las delicias de los niños que chapotean en la misma orilla.
Pero pronto aquello deja de tener interés y los ojos recorren la escena
buscando motivos para el esparcimiento. Así, un pescador, dueño de un bou
pasota, levanta indolente la vista pensando quizá que aquel jarocho no merece
ni un minuto de su atención. En unas rocas, otro sesudo ciudadano trata de
pescar y olvidar el trabajo que quedó en la ciudad donde reside. Tampoco para
él aquel turista volador genera mucho más interés que el que pueda demostrarle
con un leva levantamiento de cejas, al tiempo que sus pupilas permanecen fijas
en el corcho de su caña, el cual, indiferente también, retoza en medio de la
espuma.
Sí, son las vacaciones estivales. Atrás han
quedado los trabajos, afanes, deberes, problemas, abusos, proyectos, planes,
ideas, ¿Dios...? ¡Dios no! Dios no está de vacaciones. No, no queremos decir
que vayamos a dejarlo para siempre. Sólo que estamos de vacaciones. Sin
embargo, el cristianismo no. Y no puede porque no es un asunto de horas, fechas
o temporadas, sino que debe vivirse cada hora, minuto y segundo, ya que no es
parte de algo sino todo de un todo. A veces tenemos la tentación de no adorar
al Señor fuera de nuestro monte, nuestra iglesia, pero esto es un error: Dice
la Escritura: Mas la hora viene, y ahora
es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad sin
limitación de hora, lugar o circunstancias.

Como siempre, Miguel trata de acercarnos con sus observaciones a sus
profundas creencias, para hacernos participes de esa reflexión.
Respetándolas por supuesto, deseamos a observadores y observados
unas felices vacaciones!.
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