
La tercera parte es JOB :

Job, el primero de los cinco, aparece aislado entre
los libros del AT. Está escrito en la forma de un poema dramático y nadie sabe
quien lo escribió, ni cuando fue escrito, pero la historia se sitúa y en la
lejana época de los patriarcas, lo que le coloca como el más antiguo de las
Escrituras. Desde luego, fue escrito antes de la proclamación mosaica, pues en
una discusión como la presentada en sus páginas y que trata de todos los
aspectos del pecado, del gobierno providencial de Dios, y de la relación del hombre
con Él habría sido imposible evitar toda referencia a la Ley si ésta hubiese
sido conocida.
Job era un personaje real, Eze. 14:20; Stg. 5:11, un jeque rico e
influyente, dueño de grandes rebaños y manadas antes que en dinero. Parte del
año es hombre de ciudad y en el resto del tiempo se desplaza con su ganado.
Recuerda mucho a Abraham, un ser oriental.
El prólogo en prosa introduce el gran debate entre Job y sus amigos, que
el autor relata en magnífica poesía. El tema es tan antiguo como las colinas y
tan moderno como la era espacial. Si Dios es justo y bueno, ¿por qué deja
sufrir al inocente? Como hombre, Job es “realmente” bueno: ¡Casi lo mejor que
un hombre puede llegar a ser! Sin embargo, la calamidad le abruma. A la pérdida
de posesiones y familia, le siguen el sufrimiento físico prolongado y horrendo
que sacude su fe hasta las entrañas.
Mientras forcejean con el problema, tanto Job como sus amigos se ven
limitados, puesto que ignoran el tema más vasto: ¡El reto de Satán referido en
el prólogo! No tienen seguridad de una vida futura. Para ellos la muerte es el
fin. Por eso necesitan ver que la justicia se hace en esta vida. Según la
teología ortodoxa que viven y defienden los tres amigos, la prosperidad es la
recompensa de Dios por la vida buena, y la calamidad su juicio por el pecado de
la persona. Hablando en términos generales esto resulta correcto. Pero los
amigos reducían una verdad general a una regla rígida e invariable. Si Job
sufre, entonces es que ha sido un
malvado. Pero Job sabe que esto no es verdad. Por eso, la argumentación sigue y
sigue, sin que los dos lados cambien de posición, hasta que llegan a un punto
del todo irreconocible, momento en el que Dios mismo interviene. El Señor no
responde a las preguntas de Job, pero al verlo, éste queda satisfecho porque si
bien la teología de sus amigos había sido demasiado estrecha, su propio
concepto de Dios también había sido demasiado pequeño.
Con todo, el libro deja mucho sin resolver. Sólo en el NT nos acercamos
a la respuesta del problema. Al ver a Cristo en la cruz vemos el sufrimiento
del único Hombre realmente inocente, es decir, a un Dios que se preocupa tanto
de todos nosotros que está dispuesto a llevar el peso del pecado y el
sufrimiento humanos.

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